Cinco ideas sobre un ciego.

I

Cierra los ojos en la oscuridad
y el día dormita     está cansado
Abre las manos y encuentra huellas
Un hilito de luz roja
escurre de la boca del sueño

II

Mira al tiempo enamorar a las flores
En la tumba de Baudelaire
alguien reventó en cantos y lluvias
La sombra de los minutos partió

III

Es un aquelarre de blancuras
En su histeria de sonidos
muere un poeta     cualquiera
Se desgarra de gritos la ninfómana
Ensordece el Cristo
Nace la época de crisantemos
cubiertos de amarga luz
Agua de cenotes y sórdidos valles
en sus lágrimas de espejo

IV

Es el cadáver que golpea
a las espaldas del pintor
Un trazo     un color
que nunca se mezcla
Su arte nace de muerte para nunca nacer
Su mirada
—lienzo de horrores y un querubín—
es la cascada de la lucidez
un tacto de canarios
bajo el sauce pajizo     seco
como arroyo que nunca
se cansó de las piedras

V

Mira a la miope de reojo
Qué palabra escurre de su mano
cuando su perfume
apenas toca la nariz
de otro miope
La lengua se quema
cuando de mi boca
brota un alcatraz     un silencio límpido
La vida es prisionera del frío mármol
bajo sus pies

Los desvelos

La madrugada en su momento fue
un cuerpo libre de velos y sedas grises.
Nuestro estado original fue la desnudez
sin la doctrina de un dios de madera.

Todas las noches de blanda carne inundadas,
los instintos más bajos y dulces,
la sodomía más profunda,
el Sade más perfecto,
las pasiones iracundas quemadas con el almizcle,
el incansable muerto arriba de la viuda,
delgadas llanuras de semen en la entrepierna,
el libro de Huerta entreabierto,
el mendrugo bajo la mesa,
los dolores implacables del sueño
fueron en la madrugada,
en su momento.

Negra desnudez de la palabra sin fin es el desvelo.
Canto insufrible de blancas brujas en la orgía,
la llama extinta de vagas sombras y lamentos,
cándida hiena abriendo el hocico para protegernos.

*Este poema fue incluido en un libro formato pdf que se puede descargar gratis acá.

Solitud

Espero que el día
se esconda detrás del extranjero que me sobra,
que la lluvia ejerza su tiranía,
que el silencio se levante y ande
entre los muertos y fosas,
que la palabra regrese a la boca
de los desposeídos
y que la soledad se harte de estar sola
en medio de esta música de serpientes en la calle.
Que la miseria y el pobre
hagan más profundas sus diferencias
con el hambre y las banquetas,
nunca la paz, —qué mediocre es la paz—
que los animales vuelvan a enseñarnos
la condición de ser humano,
a dejar de andar por las ramas,
ser un ermitaño más que un difunto de la luz.
Que no exista tumba sin nombre
ni árbol sin orgullo,
que las sombras y el tiempo sean uno sólo:
espacio o espejo,
que la farsa del amor
acabe de marinarse y pudrirse en sus jugos.
Que en tus manos nazca un canario:
que las alas nos levanten de la cama
hasta lo más inocuo y profundo de los ojos,
y dentro de ellos,
dentro de sus azares y sus soles medianos,
en las miradas que nos reducen a nada,
entre los iris de siglos y piedras infinitas
volver a nacer en una raya de oscuridad,
en el mismo ser de nunca
para florecer en el desconocido de siempre.

Las calaveritas 2015

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Palíndromos, haikus, aforismos y otras ideas sobre el otoño

Sin más, van algunas ideas mínimas plasmadas en Twitter sobre el otoño y sus enigmas.

 

https://twitter.com/CarlosKlemp/status/514574619643502593

https://twitter.com/CarlosKlemp/status/648672080121073668

Epona (La Marquesa)

*El poema fue escrito después de regar parte de las cenizas del cadáver de un tío en La Marquesa, un lindo valle cercano al Distrito Federal que él frecuentaba para divertirse con su familia. Ahí mismo conoció a la que fue su esposa. Además, el poema refiere a una deidad celta relacionada a los caballos y la fertilidad; también es el título de una canción instrumental de Enya que, al parecer, estimularon en mí algunas visiones entre sueños sobre caballos y la muerte en los días en que falleció mi tío. El poema es resultado de toda esa marea de imágenes, historias y experiencias.

Vinieron a mí suplicantes
los fuertes demonios indomables,
hechuras perfectas de músculo,
mareas del viento incansable.
Pidieron comer de mi mano:
los amansé,
les di la pradera y el bosque,
les enseñé a guiar a las almas,
les regalé de mi palabra
el trote indomable de un galeón,
les sembré la osadía para la guerra.
Hoy, junto a este hijo mío, tan fiero,
estoico en el más impreciso de los silencios,
desde su leve respirar de hierros contra la tierra,
de este valle aferrado a sus tímidas azaleas
me voy.

Versos de San Fernando para una narcofosa

(2011)

Deja te echo flores:

Saliste roja roja en la primera plana,
tus alardes de misterio, la sospecha política,
la mano de un dios narcótico que te escarba,
el policía que
bajo los debidos controles de confianza
te descubrió ahí
gorda gorda, hermosa y boquiabierta,
hambrienta de fama, dejada a lo fétido
y a la podredumbre del morbo,
viuda de ti misma, desposada y astillada con palas,
arqueología de lo funerario,
invernadero de huesos tibios,
calaveras sin nombre y sin año.

Deja te levanto el ánimo:

Todos tus huéspedes salieron muy bien
en la primera plana, en horario estelar,
190 y tantos mutilados tembeleques,
sus turbias carnes
y sus manos medio vivas, medio muertas,
cráneos de ojitos perdidos dando tumbos,
rodando con la historia,
presidentes de danzas neoliberales,
alcaldes invisibles y sicarios con piel de alcaldes,
hienas dándote de vueltas asustadas, sumisas,
la desgracia social abrazada a ti en fotografías,
lágrimas a destiempo de un puñado de familias
que el voto robado y la infame democracia
se encargarán de borrar.
Ángeles castaños y niños apenas llegados al dolor
los vieron desfilar, los vieron desangrar.

Deja te pongo epitafio:

Que los justos salven a nuestros hijos de tu regazo:
árboles de luz negra a punto de nacer.

El acecho de la hiena

La hiena se nutre del terror.
Es la fría textura de los horrorcitos cotidianos,
el síntoma de una enfermedad imaginaria,
el torpe asaltante con una bala,
el cafre sin frenos en crucero peligroso.

Detrás de un sauce seco de llorar
la hiena nos observa ir y venir.
En total hermetismo
—misterio de golondrinas y banquetas—
llega la negra hora de su acecho,
ansiosa nos ronda
y estalla el audaz momento de su ataque.
Los ojos vuelcan con la marea roja.
ceden ante la hendidura del diente,
se cierran como grises nubes que no cesan,
mueren lentamente y reviven sólo para morir.

Pero al vernos ahí tirados,
abrumados,
la hiena busca respuesta
a nuestro temor:

«Pobres bestiecitas,
se la pasan acuchillándose,
se desangran todo el tiempo
pero cuando apenas llevo dos mordiditas
ya se están orinando del miedo.»

*Éste poema fue incluido en el breve poemario pdf «La última noche y otros poemas desiertos» que usted se puede descargar gratis acá.

Carta de frente al neoliberal

¿Ya te moriste, Enrique, o sigues de necio?

El crucifijo aún cuelga de la pared. Sigues babeando, te dicen, ¿ya saliste del baño? Tu voz de cartón es una tarabilla. Te estás pasando de listo, todos lo saben, no tienes cura, desangraste Acapulco y Apatzingán, en Atenco y Ayotzinapa te recuerdan con cariño, pero cuidado, la noche no te durará más: hueles a blancas casas de ricos, a sodomía con aves hueles, y la noche no te durará más.

¿Y tú, Felipe? ¿Ya te moriste o sigues jugando a las guerritas? Se te extraña por acá, ya son más de 100 mil los pretextos que nos pones para no regresar. ¿Ya te moriste, Ernesto, o sigues neutral? Alguien te ha escrito una carta desde Acteal. ¿Y usted, don Carlos? ¿Qué me dice de Raúl? ¿Todavía andan por acá en estas asquerosas tierras indignas de sus transparentes riquezas? Y tú, Vicente, ¿ya te moriste o todavía le metes al Prozac? Veo que tu señora sigue tan llena de vida, vivita toda ella, coleando por aquí, por allá, y sus hijos como los hijos de la tigresa, siempre tan vivillos y pintitos.

Y se los pregunto porque los muertos de hambre nos seguimos muriendo día a día sin cenar, nos morimos de ustedes y de nosotros, nos morimos de alquiler y de muerte, y lo peor: revivimos en nuestra agonía, vamos por las calles con la vida a rastras, no la podemos pagar y esto de la democracia nunca de los nuncas tiene para cuándo acabar.

En el ahuehuete

En el árbol un pájaro herido
muere de sangre
y desangra al tiempo que lo olvida.
Apenas mueve el pico para pedir agua,
apenas la sombra del ahuehuete lo cobija,
y su pecho está abierto, es hondo y aún valiente
más que un león empecinado
o el sol hecho un gigante hambriento
que al aire tritura a las aves
y se las come una a una.

Y el pájaro muere fácil a cada rato de su sangre.
Mira de frente a la muerte mediante el ojo del árbol
pero no le teme aunque le bufa sobre el penacho,
a pesar del dolor penetrante hasta el pasto.

Poco a poco se desintegra con la tarde:
apoya las alas de papalote
sobre una rama seca
y el pico se le quiebra
lento y gris.
Sus patas tiemblan de muerte,
su estertor se escucha conmovido
de una pluma a otra,
sólo la muerte lo puede salvar de morir
y de su papada hecha de canto y mar
cuelga la sangre burbujeante
que lo ha de matar.

Lo miro y no lo quiero tomar
porque la sangre y la muerte
nos pueden matar a los dos:

apenas anochezca
el árbol sabrá dónde enterrarlo
y él guardará nuestro secreto
mientras el tiempo nos va olvidando
al paso del verano.